COOPERANTE PIONERA


Un día de Octubre subí por primera vez a Chirikyacu, desde la ciudad de Tarapoto a Lamas con carro, y desde Lamas hacía las comunidades con otros carros. Normalmente se espera a que se llenen los vehículos, pero ese día un conductor con una mirada a las nubes y un “ya viene la lluvia” nos cercioró de que iba a llover fuerte, pues se decidió pagar el carro entero y avanzar camino a las comunidades. El camino o “trocha” de subida va internándose en la selva alta poco a poco, con la lluvia el paisaje se vuelve inhóspito y peligroso para moverse en auto, el barro hace que las movilidades patinen. Los carros son viejos, pero a la vez guerreros, y los conductores conducen rápido. A medida que avanzábamos veíamos a motocicletas detenidas a medio camino, con una o dos personas que se cubrían con un chubasquero, y que tendrían que esperar a que bajara un poco la intensidad de la lluvia para seguir su camino.
Cuando llegamos a Chirikyacu el coche nos dejó frente a la casa del carpintero, la lluvia seguía siendo fuerte y con el aire se volvía medio molesta. Caminamos hasta llegar al albergue y al tambo para iniciar mi presentación a la Comunidad como voluntaria española e Ingeniera Forestal en Cooperación para el desarrollo de esta. La participación en la asamblea de presentación fue interesante, a las asambleas sólo acuden los hombres y en el caso de que el marido no pueda asistir lo hace la mujer. El caso es que para ese entonces yo no sabía esto, por lo que me vi frente a 30 hombres y me apuré, aunque la aceptación por su parte fue inmediata. Cuando terminé con mi presentación (que no debieron ser más de dos frases) todos aplaudieron e incluso, gastaron bromas al respecto de que me iba a convertir en una nativa más, casada con un nativo. Se pidió al “Apu” de la Comunidad, quien es la máxima autoridad de esta, una reunión con todas las mujeres en el tambo, para poder presentarme ante ellas, pero sólo 5  estuvieron presentes. Después de pasar mi primera noche en el albergue, paseamos por la Comunidad para presentarme a la gente. Recuerdo que los niños se escondían al verme pasar, e incluso si les miraba más de lo que consideraban normal se ponían a llorar. La actitud de las mujeres hacía mi era más prudente que la de los hombres, aunque las jóvenes resultaban más curiosas, éstas observaban desde las espaldas de sus maridos. Aunque desde el primer momento me sentí aceptada, dudé en muchas ocasiones de que les gustara mi compañía, aunque mi trabajo en un principio era para desarrollar tareas forestales en el alrededor del Albergue, se convirtió en una tarea básicamente social.

Con el paso de los días comprendí que revertir la economía de la comunidad es muy complejo, por una parte ellos dependen de su trabajo en el campo para poder vivir, y eso supone dejar de lado éste para dedicarse a otro que todavía no les da beneficios. A medida que pasaban los días resultaba más fácil trabajar con las mujeres que con los hombres, a estos se les pedía la colaboración de sus mujeres para poder, por ejemplo, tejer las cortinas para el albergue. Las mujeres solamente acataban las órdenes de sus maridos y participaban en la actividad, pero por el contra los señores podían decidir si dedicar su tiempo o no dedicarlo. Recuerdo que les pedí ayuda en una asamblea para que me guiaran a las cataratas y poder hacer un tríptico sobre la ruta, que ayudaría a aumentar la oferta de actividades en la comunidad y para promover la visita de turistas. No obstante, al ser época de recolecta de frijol no disponían de tiempo para dedicar a dicha actividad. Al cabo de unos meses, volví a pedir un guía para realizar la ruta a las cataratas, pero no nos pudo acompañar ningún comunero, lo hizo un niño y su abuelo, pero tuvimos que regresar porque llovió fuerte y resultaba peligroso. Así pues, aprendí que para que los nativos trabajen contigo, tú has de trabajar con ellos. El eje de la cuestión es que la comunidad tiene que hacer un sobreesfuerzo para poder gestionar correctamente el albergue, además, mi presencia allí les indica que hay una persona que va a trabajar para el albergue. Es decir, no es fácil entender para ellos que debíamos colaborar conjuntamente, para el bien del albergue ya que no toda la comunidad siente el albergue como suyo. De sus 340 habitantes sólo unos 35 hombres son cabeza de familias, de esos 35 dedican tiempo y esfuerzo al albergue un máximo de 8 hombres que arrastran a sus familias al trabajo en el proyecto (un 23% de familias), el resto de los comuneros participa en momentos puntuales. No obstante, sólo una familia, la familia del Presidente del Comité de Gestión Turística, tiene continuamente presente el trabajo de mejora de las condiciones del albergue. Hay que añadir que mi presencia en la comunidad me permitía participar en las asambleas mensuales donde proponía para el mes siguiente trabajos en el albergue, solía ser los momentos más interesantes para programar trabajos donde la participación comunera sería máxima.
Para conseguir la confianza de la comunidad me dedicaba a hacer visitar por las casas, conversar con mujeres y hombres, y jugar con los niños. Cuando me proponían trabajar en la “chacra” (parcelas donde siembran y trabajan casi todos los días) aceptaba, trabajaba codo con codo sacando maní y transportándolo a la comunidad a la manera nativa (cargando 5 kilos envueltos en una especie de pañuelo grande y cargados en la cabeza). Cuando alguna familia me proponía visitar a otro familiar de un pueblo cercano, para llevarles frijol y traer de vuelta fruta, me levantaba a las 5 de la mañana para acompañarles, cargando en mi espalda los kilos que fuesen necesarios durante las diversas horas de caminata para llegar allá. Así, poco a poco, conseguí la confianza de la gente de la comunidad, a la vez que yo sentí que era mi casa. Poco a poco me di cuenta que los niños preguntaban por mí, me buscaban, ya me daban besos y se divertían jugando conmigo. Además, me sentí muy aceptada entre las mujeres, siendo una más cuando tenían conversaciones, aunque normalmente suelo ser el centro de atención. Con el tiempo, los hombres permitían que me sentara con ellos a conversar e incluso me ofrecían trago cuando llegaba la noche y se reunían, al fin y al cabo creo que les divertía mi presencia porque suelo ser bastante bromista y entro en el juego, aunque a veces no lo entiendo todo. Aprender un poco de kechwa fue una experiencia interesante, y que permitió un poco más de acercamiento e incluso supuso un tipo de conexión entre el grupo y yo. Durante mis días de trabajo con las mujeres observé que una de ellas tenía una gran capacidad creativa y además tenía seguridad y confianza en sí misma; así pues intenté explotar esa capacidad.
Durante mi estancia, hice un inventario de cosas que había que mejorar y otras tantas que faltan para seguir con la implementación de mobiliario para el Valencia Wasi con la finalidad de que resulte atractivo para el visitante. Para poder realizar todas las mejoras hace falta un ingreso económico importante que no puede llegar de otra parte que no sea del mismo albergue. Así pues, mi función en este aspecto fue capacitar a la dirección para hacerles conscientes de que los ingresos económicos tienen que ir destinados a la mejora del albergue. Así pues, se subieron el precio de las dietas así como del hospedaje (sin ser exagerado) para aumentar la cantidad de ingresos que recibía la Comunidad.
El hecho de que les prestara ayuda en sus trabajos en la “chacra” o en otras labores permitió obtener de los nativos un esfuerzo extra en el trabajo destinado al proyecto del Valencia Wasi. Además, dediqué un tiempo a traer al Albergue, como turistas, a personas de mi confianza que no conocían a la comunidad y que también son españolas de manera que instantáneamente se ponía en marcha el Comité de Gestión Turística para el acondicionamiento del albergue, y a la vez se veían incrementados los ingresos. Se aprovechó para pasar unas encuestas a los visitantes, pidiendo opinión sobre el servicio y las comodidades que se ofertan para poder mejorar la oferta de una manera eficiente. Con los ingresos que se obtuvieron de dichas visitas se tiene previsto ir mejorando ciertas condiciones, así como reinvirtiendo en el proyecto, a la larga se obtendrá una mejora sustancial que permitirá ofertar el Valencia Wasi como destino turístico desde diferentes ciudades.
Mi presencia como extranjera sirvió para acostumbrar a los nativos a la gente que proviene de otras partes del mundo, y sobretodo que son de diferente color. Los niños ya no se asustan tanto de ver a turistas de tez blanca paseando por la comunidad, más bien les resulta curioso y les divierte su presencia. Además, se acostumbraron a confiar un poco más en la gente nueva, a abrir las puertas de su casa, aunque creo que esta cualidad ya la tenían. No obstante, ahora siento que hacia la gente extranjera son menos pudorosos. Hay que destacar, que derivado de incentivar a Luci, la mujer que resultaba la más creativa y segura de sí misma, y de hablar largos períodos de tiempo con ella se consiguió que en la Asamblea de este pasado Noviembre, donde iban a escoger a la nueva directiva de la comunidad, se propusiera como vocal y fuese aceptada por el resto de comuneros. Como desarrollo endógeno de la comunidad, esté ha sido el paso más importante que yo he vivido como una comunera más. Las cosas van cambiando, aunque poco a poco, a su ritmo.

Chirikyacu Octubre 2011
Laura Montagud