La unión de la experiencia de realizar
mis prácticas profesionales en una realidad totalmente diferente,
con la herramienta del diario reflexivo, se ha erigido en la
metodología idónea para desarrollar mi aprendizaje en su máximo
valor competencial como de capacidades, de actitudes, de valores.
Tras releerme tomo conciencia de
que no soy la misma que empezó a escribir esas palabras. Este viaje
ha supuesto en mí el despertar de los sentidos:
Ahora miro al mundo con otros ojos: veo
muchos más colores, sentimientos y formas, me fijo en más detalles,
en las pequeñas cosas; por mi boca no salen las mismas palabras:
estas están enriquecidas con condimentos como la equidad, la
solidaridad, la humanidad, el respeto, el amor, la empatía…; mi
nariz ha disfrutado de nuevos olores y ahora no quiere dejar de
seguir olisqueando; escucho desde otros oídos que están más
abiertos, que pueden oír y, sobre todo, entender mucho más; conozco
otras texturas, otras pieles, otras manos… y así, no toco
el mundo de igual forma;
mis pies están seguros, mis pasos son más firmes; mis manos son más
comprensivas, trabajadoras, autónomas y eficaces; siento y vibro con
otra energía: positiva, veraz y capaz.
Además, tras leer todas esas páginas en
blanco que se llenaron de ideas, reflexiones, sentimientos, sueños y
experiencias, apenas sin darme cuenta, al recordar todo lo vivido, el
interrogante de qué es cooperar (que tan presente he tenido en estos
últimos meses, al que tanto miedo me daba enfrentarme, que tanto
cuestionaba…) cobra ahora todo su sentido.
Adoptar la rutina de levantarme cuando
sale el sol y acostarme cuando se esconde. Acostumbrarme a vivir con
centenares de picadas y a convivir con cucarachas, arañas y la gran
diversidad de insectos que forman la selva. Que se detenga el tiempo
al vuelo de una mariposa azul. Cuando el amarillo pasa a llamarse
“color sol” y el azul “color nube”. Que se convierta en
hábito compartir todo lo que tienes, aunque tengas mucha hambre.
Dejar y pedir que te inspeccionen el pelo en busca de piojos. Hervir
el agua antes de tomarla, cocinar en candela,
lavar la ropa a mano y la vajilla en tinas. Comer frejol,
arroz y plátano cocinado de
todas las formas posibles y a todas horas. Disfrutar de largas
veladas con la familia Tapullima y sentirse parte. Aprender a valorar
nuestras raíces, cultura y saberes ancestrales. Dejarse llevar y
bailar al ritmo de nuevas melodías. Compartir apretones de manos con
mujeres desconocidas, pero a la vez cercanas, en los largos viajes
llenos de gente por carreteras intrincadas. No saber en qué día
vives: los lunes ya no son lunes, todos los días son buenos, todos
los días hay nuevas oportunidades, retos o aventuras. Razonar y
cerciorarse de que tenemos que cuestionar la estructura social y el
contexto y no a las personas. Emprender nuevos proyectos e ilusiones
junto a la gente de aquí, trabajar juntos/as. Aprender a vivir sin
necesidades creadas: entender lo bonito que es el mundo cuando
estamos desconectados de las redes sociales y nos conectamos a la
vida, a la naturaleza, a las verdaderas relaciones entre personas y
animales. Cuando nos fijamos y valoramos los pequeños detalles como
las miradas, la infinidad de sonidos que nos regala la selva y las
tantas otras cosas preciosas y a la vez necesarias que nos perdemos
por no mirar, con nuestros propios ojos, lo que nos rodea. Aprender a
mirar la vida, descubrirla, sentirla y amarla. Poder desconectar de
un Norte, en muchas ocasiones, avaricioso, consumista y egoísta y
poder conectar con un Sur amable, natural y humano. Tejer, que va
mucho más allá de confeccionar chumbes:
tejer conversaciones, amistades, confianza, historias, risas,
lágrimas... momentos mágicos. Cosechar café, esfuerzo y sonrisas.
Pasear por las calles de Chirikyacu vistiendo una falda como la de
ellas y sentirme en casa. Compartir historias, miedos, inquietudes,
preguntas, curiosidades… alrededor de la candela
con una taza de café caliente en la mano. Acompañar mesas pobres
pero llenas de ilusión. Aprender nuevas formas, abrazarlas y
amarlas: enriquecerse por lo sencillo. Aprender mucho más de lo que
puedes enseñar.
Chirikyacu se ha convertido en mi hogar,
mi familia, mi vida. Ha sido el pueblo humilde que me ha enseñado a
caminar: la puerta que me ha permitido descubrir que otra vida es
posible, otra vida muy diferente y llena de tranquilidad, paz,
libertad, solidaridad y sobre todo gente buena. También la ventana
que me ha permitido ver y valorar todas esas cosas tan importantes
que nunca había apreciado antes.
Sin saberlo, me han regalado lo mejor que
me podrían regalar.
Emma Llopis Rambla